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miércoles, 10 de agosto de 2011

LA FLOR MAS HERMOSA

La plaza estaba desierta cuando me
senté a leerbajo las frondosas ramas del viejo roble.

Decepcionada de la vida,
 con buenos motivos depreocupación,
 el mundo venciéndome,o tal su intención.

Y como si eso no fuera suficiente para arruinar mi día,
 un niño agitado se acercó,cansado de jugar.

Se paró frente a mí, con su cabecita en
 frenético girar y dijo muy excitado:

"Mira lo que acabo de encontrar!"

En su mano había una flor... y,
 qué triste visión
los pétalos marchitos -escasa lluvia o escaso sol-.
Deseando se alejara con su flor muerta a jugar,
fingí una sonrisa pequeña y
 por mis pensamientos me dejé llevar...

Pero en vez de marcharse,
 se sentó a mi lado y
 colocando la flor bajo mi nariz,
dijo con cierto matiz sobre actuado:
"Huele de maravilla y es hermosa para mí
.Por eso la he recogido, toma, es para ti".

La hierba que me ofrecía estaba muerta o en agonía,
 no estallaban sus colores,
 no era naranja,
roja ni amarilla.
 Pero supe que debía aceptarla,
o el niño nunca se marcharía,
tomé la flor y dije:
"Justo, tanta falta que me hacía".

Pero en vez de colocar la flor en mi mano dura,
la sostuvo en el aire, sin razón alguna.

Y entonces me di cuenta y sentí un escozor,
aquel niño era ciego:
 no podía ver la flor.

Sentí mi voz temblar,
 mis lágrimas brillar;
mientras le agradecía por elegir la mejor flor.

"De nada",
 sonrió y entonces se marchósin saber siquiera,
que mi día cambiaba de color.

Me quedé ahí,
 preguntáandome cómo hacía para ver,
 bajo un roble viejo,
 una patética mujer...

¿Cómo supo el niño de mi autoconmiseración?
Tal vez desde su alma,
 bendecido con laverdadera visión.

A través de los ojos ciegos de un niño,
finalmente pude ver que el problema,
no era el mundo, el problema era yo.

Y por todas las veces que yo misma fui ciega;
prometí a la vida,
ver las cosas bellasy atesorar cada segundo mío,
con profundo amor.

Y entonces,
 llevé la flor marchita a mi narizdormida,
 aspiré la fraganciade una hermosa rosa erguida.

Y sonreí,
 mirando al niño,
con otra hierba en su mano,
a punto de cambiar la vidade un desprevenido anciano.


             autor
francisco garcia

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